Revista estudiantil de la Universidad Autonóma de Aguascalientes, editada por la Brigada Jesús Silva Herzog (Sociedad de Alumnos de Economía y Mesa Local ANEE)

martes, 6 de mayo de 2008

¿EN QUÉ SE APOYA LA CONVICCIÓN DE QUE LA METAFÍSICA ES POSIBLE, NO OBSTANTE LA OPINIÓN DE KANT? (1). Juan Carlos Palos Esparza (4to. Sem. Lic. AP)

En su origen, título dado por Andrónico de Rodas (hacia el año 50 a. C.), el editor del corpus aristotelicum, aun conjunto de libros de Aristóteles cuyo tema le pareció análogo al de los libros de física. Históricamente, pues, la metafísica es el tema de que tratan los libros de Aristóteles puestos por Andrónico después de los físicos. La tradición ha interpretado el hecho de ir después <> de la física, en el sentido de un saber que va más allá de la física, o del conocimiento de la naturaleza, en busca de principios y conceptos que puedan explicar el mundo físico.
El contenido fundamental de estos libros, el mismo Aristóteles lo caracteriza de dos maneras: como <> y como <>.
Como <>, es la ciencia teórica (en oposición a las ciencias prácticas y productivas); que trata de las sustancias inmutables; como <>, su objeto es el ser, el concepto más fundamental y general que puede pensar el entendimiento humano. Éste es el sentido de metafísica que la identifica con la ontología.
La filosofía escolástica –sobre todo el tomismo- aceptó ambos sentidos, pero en especial el segundo de ellos, sobre el que construyó la cristianización del pensamiento de Aristóteles, fundamento de la justificación racional de la teología.
La metafísica aristotélico-tomista puede denominarse <>, porque se funda en el concepto de participación para hallar una explicación última de la realidad recurriendo a principios que están más llá del mundo de la experiencia. El primero en iniciar explícitamente esta tradición filosófica es Platón, creador, por lo demás del término méthexis (participación). Las cosas participan de la verdadera realidad de las ideas por la medición del demiurgo que las hace copias e imágenes semejantes a las ideas. Las ideas, a su vez, participan de la idea de Bien o de Uno, porque la totalidad de las ideas se explica por la composición o mezcla entre el principio originario del Uno y el principio de la Díada. La distinción del conjunto de la realidad en un doble plano, el de los visible y el de lo inteligible, según la terminología platónica, equivale al desdoblamiento al que recurre el pensamiento filosófico tradicional – desde Parménides hasta Hegel- para explicar la experiencia inmediata por un principio trascendente, que está más allá de ella. La doble realidad, con sus dos planos de relaciones entre sí, de modo que el trascendente explica el sensible porque en aquél se dan las mismas perfecciones que éste, pero en su grado perfecto, está tan presente en la filosofía de Platón y Aristóteles, como en las diversas formas de platonismo y de aristotelismo que han seguido en el transcurso de la historia: en Filón, que hace del Dios de la Biblia <>, en el neoplatonismo de Plotino y Pofirio y en la tradición cristiana de influencia neoplatónica, representada por Agustín de Hipona y el Pseudo-Dionisio; en el neoplatonismo medieval de Juan Escroto Erlúgena, en las filosofías escolasticas medievales, cristianas o árabes, que admiten el concepto de creación; en el concepto del Ipsum Esse subsistens (el ser subsistente de por sí) de Tomás de Aquino, al que atribuye la identidad de esencia y existencia, identidad que no existe en ningún otro ser por el hecho de estar creado; en todo concepto fundamental de la filosofía y la teología escolástica, el de la analogía, en el que se basa la posibilidad de conocer de alguna manera lo que es Dios, no de una forma meramente negativa, suponiendo lo que no es (teología negativa); en el neoplatonismo renacentista, donde los dos planos tienden a confundirse panteísticamente y, por lo menos como trasfondo, en el idealismo alemán, donde los dos mundos se identifican en uno con características de ambos.

Kant plantea por vez primera la cuestión de que la metafísica parece ser una empresa a la vez necesaria e imposible para la razón, y se decide a someter a examen los límites y las posibilidades de la misma en la Crítica de la razón pura (1781,1787). El resultado es la negación de la posibilidad de la metafísica como ciencia y la constitución de una filosofía trascendental que ocupa su lugar como reflexión crítica sobre la capacidad de la razón humana. Los objetivos tradicionales de la metafísica, Dios, mundo y yo son, desde el punto de vista del conocimiento, sólo ideas reguladoras del pensamiento, metas inalcanzables que, no obstante, sugieren síntesis y fomentan la capacidad reflexiva; desde el punto de vista de la práctica, supuestos del orden moral, postulados de la razón práctica.
Descripción del conocimiento.- Con todos nuestros conocimientos se formulan juicios, y éstos tienen sus fuentes, ya sea en la percepción sensible, ya sea en ciertos axiomas que suponemos evidentes, es preciso averiguar si efectivamente nuestras percepciones corresponden a la realidad y si los axiomas coinciden también con la realidad. Se trata, pues, de una explicación e interpretación del conocimiento humano. Nuestra inteligencia, que es el instrumento mediante el cual conocemos el mundo, y por el cual analizamos los fenómenos, es m a su vez, sometida a examen para averiguar el alcance de su poder cognoscitivo.
Veamos ante todo, en qué consiste esencialmente un conocimiento. En primer lugar, mediante el análisis distinguimos en todo conocimiento dos factores: 1°, el sujeto y 2°, el objeto, es decir, una conciencia y ciertos fenómenos que corresponden a algo objetivo, a algo exterior, al cual se refieren. En el conocimiento se hallan frente a frente el sujeto y el objeto, entes que se encuentran eternamente separados el uno del otro.
Los problemas del conocimiento.- Una de las más graves y profundas cuestiones que se plantea la filosofía es, la que se refiere al conocimiento de objetos, es decir, de cosas que parecen existir independientemente de nosotros, se trata de averiguar, si es posible alcanzar a conocerlos en realidad, o bien se existen por el contrario, límites para dicho conocimiento. Otra cuestión se refiere al origen, o sea la fuente de nuestro conocer. ¿Deriva el conocimiento de la experiencia o se origina en la razón? Una tercera cuestión se refiere a la esencia del conocimiento. Se trata de la relación del sujeto y el objeto. ¿Existe realmente el objeto, o es, por el contrario, el sujeto quien determina al objeto?
Un cuarto problema es el que se plantea respecto a las formas del conocimiento. ¿Además del conocimiento racional, hay otra clase de conocimiento, un conocimiento intuitivo, opuesto a él?
Por último, se plantea la cuestión del criterio de la verdad. Se trata de tener un signo que nos diga, en el caso concreto, si un conocimiento que poseemos es verdadero o no.
El problema del conocimiento se divide, pues, en:

1. Sobre la posibilidad del conocimiento humano.
2. Sobre el origen del conocimiento.
3. Sobre la esencia del conocimiento.
4. Sobre la forma del conocimiento.
5. Sobre el criterio de verdad.

Posibilidad del conocimiento. Este problema se refiere al valor de nuestro conocimiento. Se trata de saber si es posible conocer algo y, además, si ese conocimiento tiene algún valor. Para resolver esta cuestión se han emitido diversas soluciones, siendo las principales las seis siguientes: el dogmatismo, el escepticismo, el subjetivismo (relativismo), el pragmatismo, el criticismo y el positivismo.
Dogmatismo. Esta posición es la más antigua, afirma la posibilidad del conocimiento. Considera que el contacto entre el sujeto y el objeto es real, vale decir, que el sujeto es capaz de aprehender el objeto.
Escepticismo. Esta doctrina es una oposición a la del dogmatismo. Niega que el sujeto pueda aprehender el objeto, y tener, por consiguiente, conocimientos, resulta que es preciso abstenerse de formular cualquier juicio. Y maneja que los órganos del conocimiento son limitados y por lo tanto dependen de circunstancias externas.
Subjetivismo y Relativismo. Estas dos tendencias derivan del escepticismo. Mientras el escepticismo enseña que no existe un conocimiento verdadero y cierto, el subjetivismo y el relativismo sostienen que hay una verdad, pero que su validez es limitada.
Para el subjetivismo la verdad es algo que depende totalmente del individuo, de su estructura psicológica.
El relativismo se entronca con el subjetivismo. También, para esta doctrina la validez de neutros conocimientos es limitada.
Pragmatismo. Esta doctrina no niega la posibilidad del conocimiento. Su posición no es negativa. Por el contrario, es positiva. Sumnistra un nuevo concepto de la verdad. Para el pragmatismo, lo verdadero significa lo útil, lo valioso, lo que fomenta la vida.
Criticismo. El somero análisis de las doctrinas que anteceden nos muestra que el subjetivismo, el relativismo y el pragamatismo son, ene l fondo, formas de escepticismo, cuya antítesis es el dogmatismo. Ahora bien, existe una razón, y el escepticismo, que niega toda posibilidad de un conocimiento verdadero. Está posición es el criticismo.
Investiga las fuentes del conocimiento y distingue entre los problemas que puede resolver y aquellos otros que están fuera de su alcance y que, por lo tanto, permanecen sin solución.
Positivismo. Esta corriente tiene por fundador al filósofo francés Augusto Comte.
El positivismo limita el valor del conocimiento al campo de la experiencia, vale decir, a los fenómenos y a sus relaciones. Restringe, pues, su acción a las ciencias positivas, considerando solamente los hechos, puesto que no podemos conocer las esencias de las cosas, las causas y los fines últimos.

El origen del conocimiento. Este problema se refiere a las fuentes de donde derivan nuestros conocimientos. Si tenemos realmente conocimientos, es preciso averiguar cómo llegamos a poseerlos, cuáles son las vías que nos conducen a sus posesión, cuáles son sus fuentes.

Podemos decir que para Kant es imposible realizar metafísica, esto porque concibe la idea de que el conocimiento termina precisamente cuando comienza la metafísica.
Kant muestra con amplísimo detalle la imposibilidad de la metafísica, pero se hace más notorio en tres puntos que aborda y que son de suma importancia: el del cogito cartesinao, el de la existencia de Dios por medio del argumento ontológico y el de la antinomia que implica la discusión acerca de la identidad o la no entidad del mundo.
Kant para confirmar la imposibilidad de la metafísica, toma como base y para criticar, el cogito cartesiano y para esto dice que es posible decir: “pienso, luego pienso que existo”. Lo que es imposible es saltar de un hecho de la conciencia bien aceptable (yo pienso), a un hecho de la existencia y no es que Kant dude de su vida cotidiana de la existencia, sino que no hay demostración lógica y racional de esta existencia.
Algo parecido le refuta al argumento de San Anselmo, argumento que Kant bautizó con el nombre de “argumento ontológico”. El argumento, reducido a su mínima expresión, nos dice que la idea de perfección nos revela la existencia de un ser perfecto, la existencia de Dios. Nuevamente Kant piensa que es justificable decir: pienso en la perfección, luego pienso que esta perfección existe, lo que es para él totalmente imposible, es pasar del pensamiento de Dios a la existencia de Dios.
En el caso de la antinomía, y después de definir la palabra, Kant la entiende como una oposición de dos puntos de vistas. Si podemos probar el pro como el contra de una idea, ello quiere decir que la prueba que empleamos es inválida. Los filósofos que prueban la eternidad del mundo, presuponen que el mundo no tiene principio. Al suponerlo arguyen que si el tiempo tuviera principio habría de empezar en una suerte de no-ser o de vacío.
Kant termina diciendo que la metafísica es imposible como conocimiento.
Descartes encuentra un punto de apoyo indudable en el mismo principio que había descubierto San Agustín: la existencia del yo.
En efecto, puede muy bien ser que yo dude, puede ser que todo lo que me rodea sea tan sólo un sueño, puede ser que viva en el engaño, pero en todos estos casos una cosa es por la menos cierta: existo. Y si, como lo hace Descartes, tomamos la palabra pensamiento en su sentido amplio (sentir, imaginar, percibir, reflexionar, dudar) podemos afirmar con él: Cogito, ergo sum, pienso, luego existo. Importa señalar, en primer término que Descartes considera que está afirmación de la existencia propia es una intuición, un dato inmediato ene l cual no tiene por qué entrar una reflexión de tipo deductivo. en segundo término, es necesario decir que la segunda parte de la frase es explicativa, pero que en rigor no es necesaria. Bastaría, en efecto con decir “yo pienso” para que, implícitamente, quedara claro que este yo que piensa, existe. Estas consideraciones nos llevan a ver claramente que la relación “pienso, luego existo” no es una relación de causa efecto. Descartes no quiere decir que mi pensamiento sea la causa de mi ser, idea que seria claramente absurda. Lo que Descartes afirma es simplemente que el hecho de pensar me revela y me muestra que existo.
Pero, más allá de él, no ha probado todavía la existencia de nada. Solitario, Descartes se sabe en posesión de una verdad incontrovertible para él, o si así se quiere, para cualquier yo a quien necesariamente revela la existencia. Pero si cada quien está seguro de su yo, nadie está todavía seguro de la existencia necesaria de un tú, de vosotros o de un mundo. Sólo la existencia de un dios perfecto sería una garantía real de que: 1) el método empleado por Descartes tiene un fundamento absoluto en un ser que no puede engañarnos; 2) el mundo, y cuanto me rodea, existe y esta existencia queda garantizada por la perfección y la bondad de Dios. Sólo las pruebas evidentes de la existencia de Dios pueden acabar de redondear el mundo filosófico de Descartes y garantizar su verdad.
De esta manera Descartes empieza a hacer metafísica, basándose en la existencia de Dios, basándose para ello en unas pruebas, en las que maneja términos en los que aborda el tema de la perfección de Dios, es el tema de la finitud w infinitud y que en el que dice que Dios es causa de perfecta de mi ser imperfecto.
Descartes de una serie de pruebas para alcanzar la existencia de Dios y mostrar, mediante ellas, que el método descrito por el filósofo así como el mundo que está más allá de él poseen plena realidad. El principal matiz cartesiano reside en la forma matemática así como en su referencia constante a su punto de partida: el cogito.

Leibniz como Spinoza, ve que el principal problema de la filosofía cartesiana es el de la existencia de dos sustancias paralelas e incomunicadas. Al igual que Spinoza, quien reducía el universo a una suerte de pluralismo espiritualista. Y si Spinoza es acaso el más claro exponente del panteísmo racionalista, Leibniz es también probablemente quien mejor ilustra el pensamiento espiritualista.
Spinoza reducía el universo a una sola sustancia y hacía del “espacio” cartesiano uno de os dos atributos de Dios concebibles por los hombres. Leibniz se niega a hacer el espacio un atributo de la divinidad y trata de demostrar que el espacio no es una sustancia y que la única sustancia existente es el espíritu.

John Locke y el origen de las ideas y el alcance del conocimiento.
Locke escribe para refutar la existencia de las ideas innatas y ha sido uno de los más claramente han escrito en contra de esta corriente.
El sentido común nos muestra que si dios ha creado el mundo para que lo veamos, lo percibamos con todos los sentidos, sería ocioso pensar que lo ha creado en vano. El mundo está frente a nosotros para ser percibido y ofrecernos ideas de sensación y para ser entendido y para darnos ideas de reflexión(2).
Por otra parte, existen hechos que prueban que las ideas no son innatas, sino adquiridas. Tal es el caso de noños o de idiotas “que no tienen la menor aprehensión de ellas”. Tanto si la palabra idea se aplica a las sensaciones como se aplica a las abstracciones, proviene de las ideas.
Ahora bien, si las ideas no son innatas proceden de la experiencia, donde se funda todo nuestro conocimiento y de donde todo nuestro conocimiento se deriva”. La experiencia puede revelársenos ya sea por los sentidos, ya sea por la reflexión que hacemos sobre los datos de los sentidos. El espíritu, un papel en blanco, vació de letras, deja impresionarse por los datos de la experiencia y puede reflexionar acerca de estos datos.
De ahí que Locke divida nuestras ideas en sensaciones, “esta gran fuente de la mayoría de las ideas que tenemos”, en reflexiones (cuando el espíritu “reflexiona sobre sus propias operaciones”) y en ideas mixtas, a la vez de origen sensible y de origen reflexivo.
Locke, que por la fe y por la experiencia del mundo, cree y entiende la presencias de Dios en el mundo, piensa que el límite verdadero del conocimiento humano debe encontrarse en la metafísica.

David Hume no se contenta con decir simplemente que las ideas vienen de la experiencia. Trata, con toda precisión, de explicar del mecanismo mediante el cial los pensamientos proceden de ella.
En suma, Hume quiere encontrar una ley que sea tan precisa para el pensamiento como lo fue para la física la ley de la gravitación universal descubierta por Newton. Esta ley la encuentra Hume en la asociación de ideas.
Una vez admitida la ley de la asociación de ideas, palabra con la cual Hume designe a las “impresiones”, es fácil describir su mecanismo. Tomemos un ejemplo que será fácil generalizar. Supongamos que queremos saber cómo hemos adquirido la idea de “verde”. en primer lugar hemos tenido repetidas experiencias de color verde –el árbol, la yerba, esta o aquélla tela, este o aquel tono de mar-. Esta experiencia repetida crea una repetida cantidad de impresiones que tienden a asociarse mediante el hábito y la costumbre y, una vez asociadas, tienden a darnos la imagen general del verde, la idea general del color verde que nos lleva a reconocer que este color o aquél tono son verdes. La asociación procede mediante una repetición de las impresiones, un hábito creado por esta repetición y tres formas asociativas: la semejanza, el contraste y la reacción de causa efecto, que nos puede hacer asociar dos hechos que parecen suceder en forma causal, como la semilla y el árbol, el padre y el hijo o cualquier otro tipo de sucesión en la cual exista un antecedente y un consecuente.

Las disciplinas como la metafísica, existen, están ahí porque unos hombres las crearon merced a un rudo esfuerzo y si emplearon ese esfuerzo, fue porque necesitaban aquellas disciplinas. Pero si las encontraron, fue porque las buscaron y si las buscaron, es que por unos u otros motivos, no podían prescindir de ella. Y si encontraron lo que buscaban es evidente que se adecuan a las necesidades que sentían.
Una constante que podemos descubrir al tratar de hacer o de estudiar metafísica, es el hombre haciendo metafísica cuando busca una orientación radical en su situación y cualesquiera que sean los ingredientes variables que forman la situación en que cada quien se encuentre, es evidente que esa situación será un vivir yo. Por tanto: la situación del hombre es la vida, es vivir y por eso existe la metafísica.
Un poco antes hemos visto que el idealismo no puede que la tesis realista es contradictoria y por lo mismo insostenible. Pero tampoco la otra parte, el realismo, consigue vencer definitivamente a su contrario. Ya vimos que las razones que él aduce son lógicamente convincentes, sino solamente probables. En consecuencia parece que jamás terminará la contrariedad entre el realismo y el idealismo.
¿Qué podemos decir acerca del modo en que conocemos los objetos?
¿Podemos afirmar que conocemos en sí mismas las propiedades de los objetos o por lo contrario debemos afirmar con el fenomenalismo que sólo nos es dado conocer la existencia, pero no la esencia de las cosas? La respuesta a tan importante cuestión, es condicionada, específicamente, por la concepción del origen del conocimiento humano que se haya adoptado. En este asunto, la concepción aristotélica y la concepción kantiana constituyen los contrarios. Para la primera, los objetos del conocimiento ya están terminados, posen una esencia determinada y son reproducidos por la conciencia cognoscente. Para la segunda, no existen objetos del conocimiento terminados, sino que éstos deben ser producidos por nuestra conciencia cognoscente refleja el orden objetivo de las cosas; para la segunda, es la conciencia quien engendra este orden. En la primera, el conocimiento es considerado como una función receptiva y pasiva; en la segunda, se le considera una función activa y productiva.
¿Cuál de estas dos concepciones es la correcta?
Analicemos primero la aristotélica. En ella aparece evidentemente una íntima relación con la tradicional estructura del espíritu griego. el universo se le presenta como un conjunto armónico, como un cosmos. Esta concepción estética del universo, influye a la vez en la concepción del conocimiento humano. Este es concebido como el reflejo del orden universal. En otras palabras, la teoría aristotélica del conocimiento es decisivamente determinada por la estructura característica del espíritu griego y de su concepción del universo.
Kant consideraba que su teoría del conocimiento, superaba fundamentalmente a la racionalista, precisamente por el hecho de que su teoría no se basa en una opinión de la realidad, sino que se abstiene de toda hipótesis metafísica.
Sin embargo, por otras razones hemos de formular una objeción importante a la teoría kantiana del conocimiento. Dice Kant que las sensaciones se presentan como un caos. No poseen orden alguno; el orden procede íntegramente de la conciencia. Para Kant, pensar es lo mismo que ordenar. Por esta posición es indefinible. Si los elementos de las sensaciones carecen de toda determinación, ¿cómo es posible que apliquemos la categoría de sustancia, o la de causalidad, o, cualquier otra, para ordenarlos? En lo que percibimos debe residir un fundamento objetivo que permita el empleo de una categoría determinada. Consecuentemente, lo percibido no puede carecer de toda determinación. Pero si presenta algunas determinaciones, ellas son un indicio de las propiedades objetivas de las cosas. Es cierto que siempre existe la probabilidad de que estas determinaciones no correspondan exactamente a nuestras formas mentales (esto es algo que casi nunca ha sido considerado por el realismo o por el objetivismo; sin embargo, el principio de la imposibilidad de conocer la cosa en sí, después de esto queda quebrantada para siempre.
Con lo aquí expuesto, considero que, por lo menos se ha indicado la dirección en que debe ser buscada, según nuestra opinión, la respuesta al problema que aquí he tratado.
Es un tema de suma importancia y los vemos por la divergencia de soluciones antagónicas propuestas por los grandes pensadores que hay en las partes.


(1)Ensayo elaborado en diciembre de 2005 para la materia de Ontología del Seminario.

(2) “Si cualquiera se examina a sí mismo por lo que toca a la noción de la sustancia pura general, encontrará que no tiene de ella ninguna idea en absoluto, salvo la suposición de no se sabe qué soporte de aquellas cualidades que las ideas simples son capaces de producir en nosotros. No se encontraría en una situación mucho mejor que aquel indio que afirma que el mundo estaba sostenido por un gran elefante. Cuando se le pregunto en qué descansaba el elefante contestó que reposaba sobre una enorme tortuga. Pero cuando le preguntaron que le daba soporte a la tortuga, contestó que no sabía. Y así, en este caso, como en todos aquellos en que empleamos palabras sin tener idea clara y distinta, somos como niños que, si se les pregunta qué es aquella cosa que no conocen, dan rápidamente la satisfactoria respuesta de que es algo.”

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