Atender las problemáticas sociales de la actualidad se puede dar desde dos frentes que parecieran ser contradictorios. Uno sería la descripción y el estudio de las mismas; labor de los científicos y estudiosos de lo social. El otro es el actuar sobre las problemáticas pretendiendo revertirlas y generar dinámicas sociales que dignifiquen al hombre; trabajo propio de los actores sociales. Se dice; de manera errónea, que son contradictorios debido a que uno se basa en la objetividad para observar la realidad, y el otro en la subjetividad de cómo se ve al mundo y a la sociedad. Sin embargo, en un trabajo responsable y comprometido, estas dos maneras de atender las problemáticas pueden y tienen que ser complementarias. Es decir, a partir de un conocimiento fiable de la realidad se deben generan las herramientas para actuar sobre ésta de manera pertinente y oportuna.
Advirtiendo lo anterior se puede comprender de cómo debe ser el trabajo del actor social y del científico social al no verlos como un ser escindido sino como unidad para la acción sobre la realidad. En ese sentido es imprescindible mencionar que la conformación del trabajo se da con base a la conjunción de esfuerzos entendidos estos como un proceso dialéctico para definir el qué, cómo y sobre qué trabajar. La organización es pues, el mecanismo de participación generador de cambios y propiciador de un trabajo continuo que dependa no solo de un sujeto, sino de un proyecto de lucha y de acción; por tanto trascendental.
Hay que matizar y contextualizar las fortalezas y debilidades de la organización en la realidad actual. Existen ciertas características de nuestro entorno que generan perspectivas erróneas y que debilitan la posibilidad de trascendencia de la organización a partir de los cambios sociales que pudiera generar. Uno de estos impedimentos es la idea de democracia que mal o bien a permeado las formas de hacer y de organizarse. Para entender esto hay que hacer un mínimo análisis del sistema político y del sistema social predominante. Por una parte, el sistema político moderno esta construido a partir de la idea de democracia, entendida esta como la posibilidad de alternancia en los modelos de gobierno vía la participación en las elecciones. El sistema social se fundamenta también en la idea democrática de la generación y construcción de mecanismos; además de los electorales, mediante los cuales todos podamos participar.
Es entonces como a partir de estas dos visiones de democracia se construyen ideales de organización y de acción de los actores sociales. Es decir, se pretende generar modelos organizativos que; con base en la idea de democracia a propósito del sistema social, pretendan la participación de todos. En el caso de la idea democrática devenida del sistema político, el modelo organizativo se construye pretendiendo la aceptación de los demás para así obtener legitimidad electoralmente. Ninguna de las dos ideas favorece la organización; al contrario, la estanca o la desvirtúa de sus verdaderos fines.
Al respecto es necesario precisar que mientras los objetivos de la organización se sigan pensando a partir de propiciar la participación per se; no habrá mas destino que el fracaso al no visualizar el contexto individualista que solo favorece la participación en coyunturas determinadas; y por tanto, la organización pudiera caer en el riesgo de también ser efímera al no tener ningún planteamiento claro y trascendente. Al participar y organizarse buscando la participación y la organización; ni se logra la propia organización y al no ofrecer ninguna propuesta de trabajo, tampoco se motiva a la participación. Buscar la participación como organización es pisar terrenos flojos y cambiantes.
Por otro lado y para hacer mención de cómo la idea democrática del sistema político también imposibilita la trascendencia de la organización; analicemos la configuración del mismo. En el sistema político la legitimidad de los grupos o partidos políticos se alcanza vía la democracia electoral. Las ideas o proyectos se publican con la intención de que los electores las conozcan y elijan a su criterio quien es aquel que debería representarlo o gobernarlos. Sin embargo, las referencias que se tiene de los electores es que estos siempre van a buscar propuestas que no pongan en peligro su status de vida; es decir, que las propuestas garanticen mejoras en el sentido de que estas no impliquen retroceder en los niveles de calidad de vida. Por tanto, en los procesos electorales ganan normalmente las propuestas que se tienden al llamado centro político, que no es otra cosa que mediar entre posturas o muy tiradas a la izquierda política o a la derecha política. La implicación que tiene lo anterior en el caso de los modelos organizativos, se entiende a partir de que si se opta por advertir la democracia en los términos del sistema político o electoral; o los objetivos de la organización tienden advierten un ideal claro; que si no es el centro político el fracaso es inminente; o si se busca la trascendencia a partir de modificar las aspiraciones de acuerdo a lo que en las coyunturas electorales se entienda por centro; de nada serviría ya que los objetivos cambiarían y por tanto no trascenderían. Lo único que genera vivir de la política electoral son visiones erróneas de la realidad la pretender únicamente ser del agrado de los electores y no vislumbrar con certeza los problemas que aquejan a la sociedad. En términos aristotélicos; se vive para la política, no de la política.
Es inminente que de lo que carece la sociedad actual es del interés y de la capacidad de poder participar. Pero pretender lograrla a partir de buscar la participación por si misma o generar propuestas electorales no beneficia en nada a la situación. Al contrario, al reproducir los mismos esquemas de acción viciados por el sistema, lo única que se propicia es el desinterés. El trabajo de la organización tiene que estar fundamentado en la imaginación y la creatividad; pero sobre todo en la posibilidad de encontrar una postura clara y que defina al grupo. Al no haber posturas no hay en que participar o en que no participar; la postura genera posturas.
La necesidad de pensar la postura como valuarte de la organización nos advierte la posibilidad de generar participación. Y volviendo con los sistemas electorales, estos no cambiaran en la medida en que no haya propuestas encontradas que polaricen el sistema hasta casi su ruptura. Esta situación no es nada cercana a nosotros. Falaces son los comentarios que dicen que un cambio importante se acerca. Sin embargo, el tomar postura se podría entender como un mecanismo acelerador de estas contradicciones que propiciarían una mayor participación.
Existe dentro de la psicología social una dinámica denominada ejercicios de ruptura. Los cuales constan en romper con la estructura de comportamiento. El ir caminando por la calle y cruzar con un desconocido y saludarlo; es un ejercicio de ruptura ya que el desconocido nunca hubiera esperado ser saludado, y al hacerlo rompes con la estructura y convencionalidad social. La estructura que se pretendería romper principalmente con una organización sería la apatía y el desinterés por participar; entonces no se puede esperar “hacer” mediante las convencionalidades de organizaciones que buscan que los demás se organicen o que buscan el voto. El ejercicio de ruptura consiste en generar posturas que den pie a la controversia y a la posibilidad de estar en contra o a favor de algo y de poder participar según sea el caso.
La democracia no se construye pregonando la democracia; el consenso no se construye pregonando el consenso; y mucho menos la participación se construye pregonando la misma. La democracia, el consenso y la participación están basados en la posibilidad de ser, opinar y actuar como nosotros creamos conveniente de acuerdo a una postura. El reto pues de la organización es encontrar posturas claras, abiertas e inacabadas para propiciar el desarrollo de las mismas a partir de un diálogo prudente con la deferencia.
Si el actuar con base a una postura implica dejar de quedar bien con todos; prefiero quedar bien conmigo mismo.
camachofabian@gmail.com
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